
Raquel Bernal Salazar
Doctora y magíster en Economía de la Universidad de Nueva York. Es rectora y profesora titular de la Universidad de los Andes. Fue directora del Centro de Estudios sobre Desarrollo Económico (CEDE) de la misma institución, y profesora asistente en la Universidad del Noroeste (Northwestern). Es experta en evaluación de impacto, y su investigación se centra en la economía social, la educación, los hogares, el ámbito laboral y los determinantes del capital humano, especialmente durante la primera infancia. Entre 2012 y 2017, dirigió la iniciativa de la Encuesta Longitudinal Colombiana.
Entrevista
P./ La región ha avanzado en su desarrollo, pero de manera incompleta. En particular, los niveles de pobreza y desigualdad siguen siendo muy altos. ¿Cómo evalúa usted los avances y los retos pendientes en términos de reducción de la pobreza y la desigualdad en América Latina y el Caribe en las últimas décadas?
Yo creo que en las dos últimas décadas, previo a la pandemia, la región había avanzado de manera significativa en pobreza, pobreza extrema y en los niveles de desigualdad, que, dicho sea de paso, es el problema más grave que tenemos en la región. Luego nos llegó la pandemia, como consecuencia de las políticas que se adoptaron en la región, todos los beneficios que habíamos logrado en las dos últimas décadas prácticamente los borramos. Entonces, en la región latinoamericana, durante el periodo de la pandemia, el cierre de los colegios duró en promedio 170 días. El promedio global del número de días de cierres en instituciones de educación en el resto del mundo fue de 40. Entonces, 170 versus 40 implica, según la Unesco, que aproximadamente el 60 % de los niños de la región latinoamericana perdieron un año escolar completo. Es decir, volvimos a quedar en niveles de desigualdad muy complicados. Esto ocurrió en todos los sectores, porque los cierres de actividad no solo fueron en los colegios y esto tuvo otra vez implicaciones muy fuertes en la pobreza, la pobreza extrema y la desigualdad. Tuvo especial impacto en las mujeres y en los niños pequeños con todo lo ocurrido durante las políticas que se dieron para atender la pandemia.
Creo que la pandemia fue un choque muy grande que en América Latina tuvo impactos más graves que en otras partes del mundo por las políticas que se adoptaron, que nos volvió a poner en niveles de desigualdad y pobreza muy complejos. De nuevo, la región más desigual del mundo y Colombia, el país quizás más desigual del mundo. Entonces, nos había ido bien con programas como las transferencias condicionadas y el aumento de la cobertura escolar, y todo eso se deshizo como consecuencia de la pandemia.
P./ Sabemos que la primera infancia es una etapa fundamental para el desarrollo posterior de las personas y la reducción de brechas de desigualdad. ¿Cómo evalúa usted los avances que ha logrado la región en materia de políticas de protección social dirigidas a este grupo clave?
Empiezo mi respuesta reiterando que creo que la inversión en la primera infancia es la mejor inversión que cualquier Gobierno puede hacer. Ahora estoy dirigiendo una universidad y me toca abogar por la educación superior, pero en realidad, de corazón, creo que si yo tuviera la plata, la invertiría toda en la primera infancia.
¿En Latinoamérica cómo estamos? La gran mayoría de países de la región han definido ya iniciativas, estrategias o programas muy específicos de primera infancia. Creo que eso es muy importante, porque hace una década en realidad era inexistente el tema de la primera infancia en esta región, entonces eso ya es un primer paso.
Las coberturas siguen siendo relativamente bajas: entre 35 % y 40 % de la niñez en la región está atendida en alguna iniciativa de primera infancia de educación inicial. Y el gran problema de la región sigue siendo el tema de calidad en la educación inicial, pues cobertura sin calidad ya sabemos que es una promesa incumplida en el desarrollo temprano de los niños. Con excepción de, quizás, Chile, que es el país que más tiempo lleva, en la gran mayoría de los otros países tenemos unas políticas que tienen aproximadamente una década. Creo que ha sido muy importante para la región tener conciencia de la importancia de la inversión en la primera infancia, o sea, de los cero a los seis años de edad.
La región ha estado muy cohesionada alrededor de esto, que creo que es un gran valor agregado, cosa que no ha ocurrido en otros niveles educativos. Los países de Latinoamérica trabajan juntos para diseñar políticas e intercambian buenas prácticas en lo relativo a la implementación de programas de primera infancia. También, hay un gran acuerdo social alrededor de la primera infancia, y los grupos de la sociedad civil, igualmente, hacen parte de esto, que es algo que no ocurrió con la educación primaria y secundaria en los países de Latinoamérica. Entonces, se ha convocado a la sociedad civil, a los padres, hay una conciencia mucho mayor de la importancia de esto, pero pues tenemos todavía un gran camino por recorrer. En especial porque los presupuestos que en Latinoamérica se destinan a la inversión en educación inicial son todavía muy bajos y vemos en la región una tendencia a aumentar la inversión en educación superior, quizás en detrimento de la educación previa a la superior, y esto podría ser una amenaza en los próximos años para la primera infancia.
P./ Considerando la evidencia disponible, ¿cuáles son, en su opinión, las intervenciones más efectivas para mejorar la calidad de la educación y el cuidado en la primera infancia en el contexto latinoamericano?
La calidad de la educación inicial tiene unas particularidades que son ligeramente distintas de la calidad en el resto de niveles educativos. En la educación inicial hablamos mucho de la importancia de las interacciones en el aula. La educación inicial no se trata de derramar conocimiento sobre los niños, como quizás ocurre en la educación superior, sino se trata de unas interacciones que promuevan la exploración, el juego, la creatividad. Entonces una interacción es, por ejemplo, sacar a los niños al jardín a escarbar para encontrar lombrices. Son interacciones distintas a sentarse en un pupitre, a escribir letras, a colorear cosas con ciertos tipos de colores; son más bien de exploración y aprendizaje a través del juego. Y eso ha sido difícil en la región, porque la educación inicial surgió después de que ya estábamos acostumbrados al resto de educación, donde el estándar es sentar al estudiante en una mesa, mirar al tablero y aprender lo que el profesor le está transmitiendo.
Aún nos falta mucho en los temas de calidad en términos de lo que se hace durante la jornada escolar, qué tanto se le habla a los niños, qué tanto vocabulario se les promueve. La idea es siempre contrapreguntar. Estimular el vocabulario a través del arte también es una forma de tratar de detonar las principales funciones del cerebro. Entonces, lo que uno debe lograr entre los cero a los cinco años de edad es que los niños aprendan a aprender, que se vuelvan creativos, que sepan acercarse a los recursos, que tengan un vocabulario muy enriquecido y esto después les permitirá construir el resto de aprendizaje que necesitan para la vida. En esencia, lograr esta calidad es lo que ha sido difícil.
La investigación que he hecho yo en Colombia, sobre todo, pero también en otras partes de Latinoamérica, se refiere a unos puntos básicos para que esto funcione bien. Lo primero es que los programas de educación inicial tengan currículos muy específicos, muy prescriptivos, con diseños de resultados de aprendizaje claros. Eso no siempre ocurre. A los profesores, en gran parte de los países, se les da total autonomía para diseñar lo que hacen en el aula y cómo hacerlo, y creo que eso ha sido problemático. Lo segundo, y esto no es sorpresa porque ocurre en todos los niveles educativos, es la formación y el desarrollo profesional de los docentes. En este caso, se necesita una formación que es especial, reitero, porque lo que sucede en la educación inicial es distinto a lo que pasa en el resto de niveles educativos. El bienestar de los docentes también resulta ser muy importante; si el docente no está bien, si es ansioso, si tiene agotamiento laboral, puede ser muy malo para el aprendizaje de los niños pequeños. Y quizás, lo otro que diría yo, es que la calidad no está en los edificios, no está en que el centro de desarrollo infantil sea muy bonito, que tenga una gran cafetería, sino en la calidad del profesorado, en la formación y el apoyo profesional que recibe.
P./ En su opinión, ¿en qué han fallado las políticas destinadas a formar el capital humano durante las últimas décadas, y qué políticas podrían implementarse a futuro para producir una transformación sustancial en la formación del capital humano de la región a corto y mediano plazo?
Antes de pensar en la educación y en las políticas de capital humano, los países de Latinoamérica tenemos un grave problema y es la falta de claridad en los proyectos productivos de país que estamos buscando. Un país como Colombia, ¿a qué se quiere dedicar? Queremos ser el país, quizás, de las energías verdes, del nearshoring, el país en donde la biodiversidad se puede monetizar. Entonces, cuando uno como país entiende su proyecto productivo, puede organizar todas las políticas de cara a que eso funcione bien. Ese es un primer punto y no ocurre en la gran mayoría de los países latinoamericanos, con contadas excepciones. Cuando uno entiende el proyecto que quiere, entonces, diseña o implementa las políticas en los sectores acordes a eso, y eso incluye al sector de capital humano.
De esta forma, con la claridad de que el país busca cierto norte, las instituciones de educación podríamos alinearnos para estar formando a las personas que tienen las competencias para que ese país sea productivo en las líneas que se ha propuesto, y creo que esta es una primera falencia. Lo segundo es que las instituciones educativas no hemos trabajado de cerca con los sectores económicos de nuestros países, sobre todo las universidades. Desde las universidades se decide un poco de manera unilateral qué es lo que los jóvenes deben saber y cuáles son las carreras que debemos ofrecer, sin haberles consultado al sector industrial, al sector agropecuario, etc.
Creo que en adelante debemos tener una mejor interacción para entender bien el país, cómo se caracteriza en su escala ocupacional, cuáles son los sectores que tienen prioridad, cuáles tienen potencial y conversar con ellos: ¿cuál es el tipo de persona que usted necesita?, ¿cuáles son las competencias que están requiriendo en estos momentos? Sobre todo en momentos de tanto cambio, con la inteligencia artificial, con la cuarta revolución industrial, y que las universidades estemos más dispuestas a ese diálogo para formar las competencias, las personas y las características que necesitamos para que los países puedan crecer mejor.
Lo cuarto, quizás, está relacionado con los jóvenes. Ellos ahora son muy distintos a nosotros. Nosotros estudiamos una carrera, un pregrado que quizás era de cuatro a seis años, que nos duraron 25 años de vida laboral, o sea, la obsolescencia de nuestra educación superior fue más o menos de 25 años. Los jóvenes ahora, porque el conocimiento está evolucionando tan rápido, si los tenemos en la universidad en un pregrado de cuatro años, la obsolescencia de esa educación es de seis o siete años. Entonces, realmente están enfrentando un mundo que es muy distinto. Cómo va a reaccionar la universidad ante eso. Es una pregunta importante. Yo creo que la forma de entregar educación va a ser más bien a lo largo de la vida; yo invito a un estudiante joven a que venga a la universidad, lo doto de unas competencias básicas, luego esa persona se va a trabajar por un tiempo y luego regresa a la universidad: a mí lo que más me gustó es la naturaleza o las máquinas o el ser humano, y lo vamos especializando a lo largo de la vida, porque en todo caso a todos nos va a tocar estar aprendiendo todo el tiempo. Y no estamos tampoco entendiendo bien que los jóvenes tienen proyectos y propósitos de vida que son diversos, sobre todo estos nuevos jóvenes de generación Z, generación Alfa.
Yo creo que los jóvenes ya no sueñan con una vida de trabajo en una multinacional por 30 años; al contrario, quieren una vida fluida, dinámica, les gusta aprender, estar moviéndose de sitio en sitio, aprendiendo diferentes tipos de ocupaciones a lo largo de la vida, y no lo hemos entendido bien desde los sistemas educativos. Creo que eso hay que incorporarlo de mejor manera. Y los jóvenes, algunos querrán ser médicos, abogados, pero ahora tenemos muchos que solían ser médicos y abogados que en realidad querían ser productores musicales, chefs, camarógrafos de cine y esos proyectos no los estamos atendiendo bien. Entonces, en Latinoamérica, creo que debemos ponerle mucha más atención a la educación técnica, vocacional, tecnológica, porque los jóvenes también quieren hacer otro tipo de cosas en la vida, sobre todo con esta necesidad que tienen de una vida más fluida y más dinámica, en la que están constantemente aprendiendo.
Acá me puedo quedar un buen rato contándoles sobre los retos que tiene sobre todo la educación superior, pero creo que sí hay mucho, mucho que debemos estar haciendo distinto para poder ayudar a las personas a tener proyectos de vida pertinentes en un mundo permanentemente cambiante que se está moviendo demasiado rápido y al que debemos estar preparados para asumir con resiliencia, con la capacidad de aprender a aprender, con la capacidad de adaptarnos de manera continua a lo que se vaya viniendo.
P./ En su opinión, ¿cuáles son las políticas más prometedoras para ampliar el acceso a la educación superior de calidad para estudiantes desaventajados en América Latina y el Caribe?
Lo primero es garantizar financiamiento para los estudiantes, tanto en universidades públicas como en privadas. Estos fondos de financiamiento podrían estar constituidos por los Gobiernos nacionales y locales, las universidades, el sector privado y quizás incluso con el concurso de las multilaterales, quienes pueden ofrecer las garantías para este tipo de préstamos. Lo que ha funcionado típicamente en otros países es el Préstamo Contingente al Ingreso, es decir, el estudiante se forma de manera gratuita y repaga cuando ya tiene un empleo. Otro camino puede ser la atención de estudiantes a través de trayectorias diferentes a la profesional: técnica, tecnológica, aprendizaje flexible en ciclo corto o certificación de competencias, para que las personas puedan ir, digamos, construyendo un perfil de competencias con la capacidad financiera que tengan en ese momento.
Es muy importante que las universidades de alta calidad estén presentes en los territorios. Yo creo que una dificultad en Latinoamérica es que las grandes capitales tienen universidades de alta calidad, pero hay brechas regionales muy grandes. Eso ocurre en países como Colombia, Venezuela y Ecuador, y en Centroamérica. Entonces, creo que en la era digital las universidades de alta calidad van a poder ofrecer contenidos si los países garantizan conectividad de muy alta calidad, aunque no estén físicamente ubicadas en todas las partes del país. Creo que esto es un tema muy importante. En esta región, sobre todo, algunas personas le temen mucho a la educación en línea. Yo creo que esto tiene gran potencial porque ya estamos hablando de educación superior. Se trata de personas mayores de edad que realmente quieren salir adelante, que están buscando una mejor oportunidad en sus vidas, que están dispuestas a aprender aunque sea detrás de una pantalla, si los contenidos son de altísima calidad y si eso se ve reflejado en mayor empleabilidad. Creo que es un rol que debemos jugar las universidades en nuestros países, especialmente en Latinoamérica.
P./ Respecto a las barreras financieras, ¿qué modelos de financiamiento para la educación superior para estos grupos han demostrado ser más efectivos, y cómo podemos abordar el riesgo financiero que representa para las familias de bajos recursos el invertir en educación superior, especialmente considerando la incertidumbre del mercado laboral?
El financiamiento es el gran reto para el acceso y el impacto de la educación superior en Latinoamérica. En Latinoamérica y en el mundo, de hecho, la educación superior es costosa. Esto no es porque las universidades queramos hacer plata, es porque la educación de alta calidad es costosa. Entonces, los profesores con doctorado, los laboratorios de alta calidad y la infraestructura tecnológica cuestan mucho. Y en estos países tenemos una población inmensa de jóvenes en condición de vulnerabilidad socioeconómica. Solo en Colombia, tenemos cerca de tres millones de jóvenes que ni estudian ni trabajan. Esto significa el 28 % de todos los jóvenes entre los 18 y 24 años. Imagínense ustedes eso, que estos jóvenes en 10 años van a implicar una cohorte, una generación de jóvenes sin esperanza, sin futuro, entonces, la democracia se ve totalmente inviable ante una perspectiva así.
¿Cómo financiarlos? Esa es la pregunta. Porque, además, en el contexto de muchos países de Latinoamérica, se expandió la cobertura sin mucho cuidado de la calidad. Simplemente, las aulas de las universidades que tenían 60 estudiantes pasaron a ser de 120. Eso, por construcción, es un decrecimiento de la calidad, porque un profesor no puede atender bien a los 120, cuando antes atendía solo a 60. Y esa cobertura mayor sin calidad es muy peligrosa para los países porque no les estamos cumpliendo la promesa a esos jóvenes. Después, ellos se van a graduar, no van a encontrar trabajo ni los salarios que esperaban y creo que esa gran frustración es muy preocupante para las democracias. El tema del financiamiento es supremamente crítico. Yo creo que es posible –y los países nos hemos demorado en hacer esto–, establecer fondos de financiamiento para la educación superior que tengan aportes de todos los sectores. Me refiero a que el Gobierno y las universidades aportemos, y que el sector privado, que es el beneficiario de los jóvenes que se gradúan de la educación superior, también aporte. Y seguramente las multilaterales, incluidos la CAF, el Banco Mundial y el BID, podrían poner las garantías para esos fondos de inversión.
Lo que pasó en países desarrollados hace 20 años, incluyendo a Gran Bretaña y Australia, es que se establecieron fondos de financiamiento y se prestaban a manera de crédito contingente al ingreso. A eso también le llaman ingreso compartido, que es que el joven hace su carrera totalmente gratis y en el momento en que ya tiene su primer empleo, va repagando la deuda de esa carrera que le financiaron. Ese crédito contingente al ingreso requiere que el estudiante, cuando ya está empleado, repague una fracción de su salario. Eso no siempre representará que devuelva el 100 % de su préstamo, pero implica que hay una devolución al fondo que podrá financiar a otros estudiantes en adelante. Esa ha sido una fórmula muy exitosa en muchas partes del mundo. Yo creo que esto es viable. Hay en este momento algunos Gobiernos de la región que ideológica y políticamente consideran que el Estado es el que tiene que garantizar el derecho fundamental a la educación. Yo creo que este no es necesariamente el camino correcto, porque todos podríamos aportar para poder formar a millones de jóvenes en la región que en este momento no tienen acceso a educación de calidad.
Lo otro es que, reitero, no todos tienen que ser profesionales. Creo que hay un montón de jóvenes en la región que quieren tener otros tipos de trabajo que podrían ser ofrecidos a través de educación vocacional, técnica y tecnológica. Y, tercero, también estoy muy convencida de que en estas épocas de cambio tan vertiginoso va a ser muy importante lo que llamo “trayectorias de aprendizaje flexibles”. Es decir, no creo en realidad que si necesitamos mejorar la empleabilidad de los jóvenes y por tanto su calidad de vida, necesitemos todos tener títulos. Creo que vamos a poder adquirir competencias en algo que también llamo “módulos de trayectoria corta”. Acá lo estamos haciendo en esta universidad, ya que son módulos educativos de seis u ocho meses, donde formamos personas que pueden ser operarios de ciberseguridad, de full stack o de programación de software. Entonces, las personas pueden ir haciendo pequeños módulos educativos, mejorar sus condiciones económicas y su calidad de vida, y eso les permite adquirir más educación. Si esa educación después se puede apilar, se puede sumar, eventualmente, la gente podría terminar con títulos, pero se puede hacer poco a poco, a medida que la gente va mejorando sus condiciones con competencias que las universidades les vamos ofreciendo.
P./ Las habilidades del futuro, la transformación digital, están produciendo profundos cambios en la estructura de las economías y la naturaleza de las tareas dentro de los empleos. ¿Cómo ve el grado de preparación de la fuerza laboral en la región para adaptarse, y qué acciones pueden implementarse en los sistemas educativos para cerrar las brechas entre las habilidades y conocimientos impartidos y los demandados por el sector productivo ante estos cambios?
La cuarta revolución industrial y la introducción de la inteligencia artificial generativa nos arrollaron y eso ha cambiado fundamentalmente la manera como trabajamos, como convivimos y como gestionamos la vida personal, o sea, todo. Y las universidades, el sistema educativo completo, somos los encargados de formar a las personas que van a habitar en ese mundo que es estructuralmente distinto al que nosotros los maestros vivimos. Es un reto inmenso, primero que todo. Yo estoy convencida de que, a pesar de tanta tecnología, de la inteligencia artificial y la manera como nos transforma, lo que en el futuro seguirá siendo totalmente importante, y quizás más, son las competencias transversales, porque realmente va a ser muy difícil mantenerse al ritmo con tanta tecnología, y lo rápido que va a salir. Y dentro de esas competencias perdurables, creo que de las más importantes será el aprender a aprender, o sea, yo me voy a poder actualizar sola de aquí en adelante, así el conocimiento se mueva demasiado rápido; la creatividad, creo que eso será muy importante, porque la creatividad del ser humano es lo que se va a multiplicar si uno se apalanca bien en la inteligencia artificial. Uno necesita ser muy creativo para que la inteligencia artificial le sea realmente útil. También serán importantes la resiliencia y adaptabilidad, porque el mundo y el futuro incierto van a doler y van a dar susto. Creo que tenemos que formar no solo a los jóvenes sino a todas las personas para resistir ese mundo incierto y ese miedo que va a dar, con estas competencias transversales, perdurables, como les llaman. Claro que había que formar a la gente en los temas tecnológicos. Yo, más que meterle un curso de inteligencia artificial a cada carrera de pregrado, lo que creo que hay que hacer es que todos debemos tener una mentalidad más digital. ¿Eso en mi mente qué significa? Lo primero es que todos debemos saber usar datos de manera inteligente. Entonces, típicamente todos en el trabajo, en lo personal, tomábamos decisiones como por intuición. Creo que ahora hay tantos datos que uno puede tomar mejores decisiones si los sabe leer de manera inteligente, si sabe interpretar las estadísticas que le dan a uno para entender, por ejemplo, que mi salud está así. Entonces, en ocasiones, lo que hago es que los exámenes médicos los voy metiendo en la inteligencia artificial y ya sé más o menos cómo ir midiéndome algunas de las cosas que me aquejan, y creo que ese tipo de cosas hay que aprenderlas a hacer.
Lo segundo, la experimentación continua, porque las personas, las organizaciones, las democracias, van a tener que ir evolucionando de manera constante. Las empresas ya hacen esto bien, las instituciones de educación aún no tanto, y quizás lo hacemos muy mal porque somos muy tradicionales, muy rígidas, nos movemos despacio. Entonces, creo que la experimentación continua en modelos educativos, en cómo vamos a enseñar, a atraer a nuevos estudiantes, a atender a jóvenes que de otra manera no habrían venido acá, esa experimentación ágil tendremos que hacerla. Y lo tercero es enseñarle a todo el mundo cómo trabajar de manera colaborativa. Creo que en ese futuro tan incierto no lo vamos a lograr solos. El futuro de la crisis climática, la fragilidad de la democracia, las migraciones globales, lo vamos a solucionar solo en grupo, interdisciplinariamente y con muchos aliados. La gente no sabe trabajar en grupo. Trabajar colaborativamente también es otra cosa muy dolorosa, pero creo que será indispensable en el futuro.
Fíjate que lo que yo estoy mencionando son más cosas de las de siempre, pero profundizadas, y no tanto temas tecnológicos. Seguramente, para poder aprovechar las oportunidades que trae la inteligencia artificial, todos vamos a tener que ser alfabetizados en lo digital. Y uso la palabra alfabetizado porque no creo que debamos ser expertos, pero alfabetizado es, al menos, saber leer y escribir, lo mismo, pero en lo digital. Entonces, yo, al menos, entiendo qué es un large language model, qué es una alucinación en inteligencia artificial, sé cómo escribir una pregunta bien hecha a la inteligencia artificial, eso que llaman el prompting. Hay unas cosas mínimas que todos debemos saber, que en este momento no sabemos, y que creo que las universidades tenemos la responsabilidad de salir y alfabetizar de emergencia a mucha gente para que no se cree esa división digital que generaría más inequidad de la que ya tiene esta región. Creo que los retos son entretenidos, algunas veces dan miedo, pero las universidades tenemos un gran papel que jugar aquí y debemos todos estar juntos, innovando y trabajando de cara a ese futuro que le espera a la humanidad.
P./ Dadas las limitaciones presupuestarias que enfrentan muchos países de la región, ¿cuáles serían, a su juicio, las inversiones prioritarias para maximizar el impacto de las políticas para la formación de capital humano, especialmente en grupos más vulnerables?
La educación inicial es la prioridad de inversión y debería ser también en los países de Latinoamérica si queremos realmente que el capital humano sea de alta calidad y, por lo tanto, impacte nuestro crecimiento y nuestra equidad. Esta inversión tiene de bueno que si uno invierte en los niños pequeños, las brechas entre los más y los menos vulnerables no emergen. Entonces, uno no está intentando reducirlas, sino que las está atajando, evitando que surjan. Entonces es muy eficiente por eso: desde chiquitos estoy ya logrando equipararlos, equilibrarlos, sin importar en qué tipo de hogar nacieron, si en uno vulnerable o en uno más privilegiado. Me parece que eso es un 10 de 10 ganador por todos lados, porque no estás tratando de cerrar brechas si no se abren. Si nos esperamos a después, es mucho más costoso y difícil cerrarlas, entonces, creo que esta es una inversión bastante costo-eficiente.
Creo que la tecnología será útil a futuro para lograr cerrar esas brechas. En la pandemia, nos quedaron muchísimas brechas de aprendizaje porque, como mencioné, casi el 60 % de los niños de Latinoamérica se estima que perdieron un año completo de educación. Entonces, las brechas con las que se está continuando a los siguientes niveles educativos son tremendas. Los estudiantes que nosotros recibimos pospandemia tienen unos rezagos de conocimientos muy grandes, y esto para las universidades ha sido muy difícil de tratar de volverlos a nivelar. De igual forma, eso está pasando en todo el mundo, pero sobre todo en Latinoamérica, reitero, porque aquí el manejo de la pandemia fue distinto y creo que la tecnología nos va a ayudar mucho, porque a través de la inteligencia artificial se puede apalancar uno en el aprendizaje adaptativo. ¿Qué es el aprendizaje adaptativo? Es que cada estudiante aprende a su ritmo y con lo que trae. Entonces, si yo estoy tratando de pasar el curso de precálculo pero no sé factorizar, el algoritmo me va a llevar por todos los ejercicios que yo necesite hasta que sepa factorizar para ascender al siguiente módulo, y así no tengo que estar en una clase de 80 estudiantes tratando de aprender a factorizar cuando todo el resto ya sabe. Creo que esto nos va a ayudar mucho a reducir brechas de aprendizaje en poblaciones vulnerables para al menos tenerlas niveladas y que tengan oportunidad de llegar a la educación superior de calidad, cosa que no va a ocurrir si no lo hacemos.
Es muy importante, reitero, que las universidades cumplamos la promesa de que los estudiantes van a tener una mejor vida como consecuencia de haberse graduado de una universidad. Eso requiere que trabajemos mucho en los temas de empleabilidad: estar más cercanos a los sectores productivos, que el aprendizaje sea mucho más práctico, casi como un aprendizaje dual en colaboración con los sectores económicos y la universidad. Yo creo que la enseñanza de conocimientos es algo que debemos repensar porque la información ya se encuentra gratuita en las redes. Si uno quiere aprender de física cuántica, de cálculo, de desigualdad, todo está en la red. Entonces, en la universidad ¿qué es lo que aportamos? Creo que aportamos en cómo gestionar la información, cómo curar la que está en todas las redes, cómo aprender a aprender de esa información, cómo sistematizarla. Y, reitero, las competencias transversales, el pensamiento crítico, la ética, la ciudadanía, el compromiso social, etc. La tecnología nos va a ayudar, pero tiene sus límites. Las competencias transversales se vuelven muy importantes, la tecnología nos va a ayudar a reducir las brechas. Y, finalmente, debemos trabajar muy en colaboración con los sectores para que los estudiantes a quienes estamos formando tengan futuro, una mejor calidad de vida y la esperanza de siempre poder estar mejorando si siguen aprendiendo con alta calidad.