Un modelo de desarrollo insostenible
El período que se inicia con la Revolución Industrial fue testigo de una mejora en los estándares de vida sin parangón en la historia de la humanidad. Desde 1850 hasta hoy, la población global se multiplicó por seis y el producto agregado global se ha duplicado, en promedio, cada 25 años.
Infortunadamente, este desarrollo ocurrió a expensas de un alto impacto ambiental que hoy compromete la sostenibilidad del planeta. En consecuencia, la temperatura promedio mundial y la degradación del ambiente y los ecosistemas se han incrementado.
La crisis ambiental ya está afectando la actividad económica y el bienestar. Un ejemplo claro es el incremento en la frecuencia y severidad de los eventos climáticos externos. Por lo tanto, para abordar esta crisis, se requieren tanto políticas para la mitigación que reduzcan el impacto de la actividad humana, como también políticas de adaptación que permitan afrontar la crisis climática con menores costos.
Actividad humana y calentamiento global
Desde la Revolución Industrial, la temperatura media del planeta ha crecido paulatinamente hasta alcanzar un valor de 1,2 °C por encima de la época preindustrial (1850-1900). La evidencia científica ha demostrado que este calentamiento es causado por la emisión de gases de efecto invernadero (GEI) originados por la actividad humana. Ciertamente, desde 1850, las emisiones de CO2, principal GEI, se multiplicaron por más de 14 veces1 (gráfico 4.1).
Gráfico 4.1 Evolución histórica de emisiones globales, según fuente
A. Temperatura de la superficie global evaluada en relación las emisiones acumuladas de CO2
B. Emisiones acumuladas de CO2 desde 1850 (gigatoneladas)
Las emisiones de CO2 del gráfico 4.1 se presentan agrupadas en dos grandes componentes: las asociadas al uso de la tierra, al cambio de uso de la tierra y silvicultura (UTCUTS, en adelante), y las asociadas al consumo fósil y a los procesos industriales (CFPI, en adelante). La importancia de estos dos componentes ha variado en el tiempo.
Entre 1850 y 1900, el componente UTCUTS representó más del 90 % del total de emisiones de CO2 a nivel global. No obstante, este componente ha cedido peso ante la creciente importancia de la energía de origen fósil. Actualmente, alrededor de cuatro quintos de las emisiones globales provienen del consumo fósil y de procesos industriales.
En 2019, las emisiones por habitante en América Latina y el Caribe eran similares al promedio global y representaban menos del 80 % del valor correspondiente a los países desarrollados y menos de la mitad frente a América del Norte. La desigualdad en la responsabilidad de emisiones también se manifiesta según el nivel socioeconómico: el primer decil de ingresos global emitió lo mismo que los 9 deciles restantes, 4 veces más que la mitad más pobre global; por su parte, el percentil superior emitió un cuarto de las emisiones globales (Chancel, 2022).
Los países ricos son los que más emiten, los que más contribuyen a que el problema [del calentamiento global] sea mayor y, por otro lado, los países más expuestos [a las consecuencias] son aquellos que, de hecho, son pobres. Por lo tanto, una cuestión de justicia debe ser parte integral de la discusión climática.
Con base en entrevista a Juliano Assunção
El verdadero problema es el cambio climático. […] Y Trinidad y Tobago, en particular, se encuentra en una situación no tan agradable. […] Las emisiones son altas desde el punto de vista per cápita porque nuestra población es de solo 1,3, 1,4 millones. […] Aunque nuestras emisiones per cápita sean altas, la cantidad es casi indetectable.
Con base en entrevista a Colm Imbert
Aunque esto es relevante a la hora de introducir elementos de justicia climática en la discusión sobre los esfuerzos de mitigación, no exime a ningún país o región de hacer los esfuerzos necesarios para mantener la temperatura global en los niveles apropiados. No sería suficiente que solo los países desarrollados hicieran esfuerzos para detener el calentamiento global, dado que el 75 % de las emisiones actuales vienen de países de ingresos medios y bajos.
Actividad humana y degradación del ambiente y los ecosistemas
La degradación del ambiente y de los ecosistemas por la actividad humana se asocia con cuatro causas, adicionalmente al cambio climático: el cambio en el uso del suelo, la sobreexplotación, la introducción de especies invasoras y la contaminación (Purvis et al., 2019).
Respecto al uso del suelo, para 1850, menos del 4 % de la superficie de la región presentaba modificaciones significativas por la presencia humana. En contraste, Europa (sin Rusia), para esta fecha, presentaba modificaciones en cerca del 40 % de su superficie. Para el año más reciente con datos (2017), la fracción del suelo con bajas o nulas transformaciones se encuentra alrededor del 45 % en la región, más cercano al 32 % de Europa (sin Rusia). Esta medida, sin embargo, varía significativamente entre subregiones: en Sudamérica alcanza el 47 % mientras que en Mesoamérica y el Caribe es del 27 % y el 17 %, respectivamente (ver gráfico 4.2).
El cambio en el uso del suelo se encuentra fuertemente vinculado al sector agropecuario, especialmente en la región, donde este sector muestra una participación elevada en el producto interno bruto (PIB). Para 2017, el 35 % de la superficie de la región estaba afectada al pastoreo, el uso de menor intensidad, y el 16 % a cultivos. En la subregión Caribe, lo dedicado al pastoreo apenas llegaba al 8 %, mientras lo dedicado a los cultivos alcanzaba un 35 %.
Finalmente, el uso urbano y el emplazamiento de infraestructura, representado por la categoría asentamientos, representaba una fracción comparativamente menor de la superficie usada en el conjunto de la región (4,4 %), aunque alcanzaba el 38 % de la superficie de los países del Caribe. Este uso del suelo lleva asociada la transformación más profunda de los ecosistemas en los que se ubica2.
Gráfico 4.2 Uso de suelos
Coberturas naturales y seminaturales en 1850

La segunda causa de degradación del ambiente es la sobreexplotación, esto es, la extracción excesiva de recursos naturales, superando su capacidad de regeneración. La industria pesquera, el turismo y la extracción de recursos madereros experimentan este problema.
La tercera causa es la introducción de especies invasoras de plantas, animales o microorganismos que alteran el equilibrio de los ecosistemas y pueden dañar gravemente su biodiversidad. El uso pastoril del suelo, por ejemplo, involucra la introducción de especies foráneas de pastizales que ofrecen mayor productividad ante las condiciones climáticas locales. En general, estas especies pueden expandirse más allá de las regiones dedicadas a la producción, compitiendo con especies nativas vegetales y alterando los ciclos de incendios naturales.
La cuarta causa es la contaminación del aire, el agua y los suelos. Esta es una externalidad negativa que incide en el bienestar humano mediante la degradación de los ecosistemas y los servicios que proveen, y por su impacto directo sobre la salud. Los sectores o actividades más frecuentemente vinculados con la contaminación son la extracción y procesamiento de hidrocarburos, la minería y el sector agropecuario. Las ciudades también son un entorno propenso a problemas de contaminación.
La degradación de los ecosistemas se manifiesta en la pérdida de flora y fauna, tanto en términos de la diversidad (número de especies) como de población. El índice Planeta Vivo muestra un deterioro importante, especialmente en la región de América Latina y el Caribe, donde desde 1970 ha habido un menoscabo superior al 90 %.
Gráfico 4.3 Índice Planeta Vivo, según región
Impactos del cambio climático y la degradación de los ecosistemas
El calentamiento global ha incrementado la frecuencia e intensidad de algunos eventos climáticos extremos como inundaciones, tormentas, sequías, incendios forestales y ciclones. En América Latina y el Caribe, la cantidad de estos eventos pasó de 28 por año en las dos últimas décadas del siglo XX a más de 53 en las dos primeras décadas del siglo XXI. Por su parte, las personas afectadas pasaron de 4,5 millones por año a más de 7 millones (gráfico 4.4).
Gráfico 4.4 Ocurrencia de eventos climáticos extremos relacionados con el clima y personas afectadas en América Latina y el Caribe
A. Cantidad de eventos
B. Personas afectadas
Estos eventos tienen, desafortunadamente, costos sociales y económicos tan importantes que, incluso, trascienden generaciones. Caruso (2017) explora las consecuencias de los desastres naturales ocurridos durante el siglo XX en la región. En sus resultados, encuentra, por ejemplo, que sufrir una inundación siendo un feto se asocia con 0,47 años menos en educación, una probabilidad un 10 % más alta de estar desempleado y una reducción de los ingresos laborales de alrededor del 12 %.
[Las islas del Caribe] se encuentran, invariablemente, como algunas de las mayores, si no las mayores, víctimas del cambio climático. Cuando ocurre un huracán, somos nosotros. No hay a dónde evacuar. Tu PIB se destruye en fracciones de segundo, con multiplicaciones del 100 %, 200 %, literalmente desaparecido en unas pocas horas, y muy poco se puede hacer al respecto. Esto es realmente desafiante para los pequeños Estados.
Con base en entrevista a Karen-Mae Hill
Los desastres naturales también impactan la infraestructura, motor fundamental del crecimiento y la inclusión. Asimismo, las sequías y el cambio en los patrones de lluvias pueden comprometer la producción agrícola. Por ejemplo, el sur de América Latina acaba de atravesar la peor sequía desde 1944 según la Organización Meteorológica Mundial. Se estima que dicho episodio podría costar entre el 2 % y el 5 % del PIB en Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay debido, principalmente, a los impactos negativos sobre los sectores agrícola, ganadero y energético (Perelmuter, 2023).
El deterioro de los ecosistemas, por su parte, reduce el valor de los servicios que brindan, los cuales se clasifican en cuatro grupos: (i) servicios de aprovisionamiento, referido al conjunto de materiales físicos que las personas obtienen de la naturaleza; (ii) servicios de regulación, que incluyen la moderación de las temperaturas, la regulación de ciclos hídricos y la purificación del aire, entre otros; (iii) servicios culturales o no materiales, que contemplan el valor estético y recreativo de la naturaleza, y (iv) servicios de soporte, referidos a los procesos que son necesarios para que todos los otros servicios ecosistémicos y la vida humana sean posibles, incluyendo la producción de oxígeno (Millennium Ecosystem Assessment, 2005).
Aunque la actividad económica suele privilegiar los servicios de aprovisionamiento que tienen un valor de mercado, los otros servicios, más difíciles de cuantificar y apropiar, son también esenciales. El turismo depende crucialmente del valor estético de ecosistemas paradigmáticos de la región (servicio ecosistémico cultural o no material), como las playas del Caribe o la selva amazónica, mientras que la actividad económica urbana se beneficia de servicios de regulación a través de la moderación de las temperaturas por parte de la vegetación. Además, se vale de servicios de regulación al deponer sus desechos, donde los ecosistemas intervienen en la purificación del aire, los suelos y el agua.
La contaminación, en particular, es una manifestación de la degradación del ambiente con importante incidencia en la región (POEA y PNUMA, 2019). El gráfico 4.5 muestra los componentes asociados a la salud del ambiente reportados por el Índice de protección ambiental (Block et al., 2024). Los datos revelan que, en promedio, los países de la región presentan indicadores significativamente inferiores a los observados en países de la OCDE.
Gráfico 4.5 Indicadores seleccionados de salud del ambiente EPI
Existe abundante evidencia de los efectos sobre el bienestar causados por la contaminación. Algunos análisis se enfocan en la contaminación del aire causada por combustibles fósiles. Por ejemplo, Rivera et al. (2024) aporta evidencia para Chile, donde la expansión en la capacidad de generación de energía solar se asoció con la reducción de las admisiones hospitalarias por causa de enfermedades respiratorias.
Existen evidencias robustas de episodios agudos de degradación de los ecosistemas que impactan negativamente la salud humana. Por ejemplo, impactos causados por la pérdida de vegetación debido al rol de esta en mejorar la calidad del aire (Jones y McDermott, 2018), y por reducciones súbitas en poblaciones de buitres y de anfibios que son importantes para el control de vectores de enfermedades (Frank y Sudarshan, 2024; Springborn et al., 2022).
Adicionalmente, existe evidencia del impacto negativo sobre la actividad económica ocasionado por la pérdida de especies clave para el control de plagas sobre la producción agropecuaria (Frank et al., 2024). Por su parte, Frank (2024) documenta un incremento de un tercio en el uso de pesticidas causado por la reducción de poblaciones de murciélagos, y un consecuente incremento en la mortalidad infantil de 8 %.